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Nuestros orígenes         

                                                                

                Las culturas mediterráneas; en sus cercanías estuvo la Urci romana; y ella misma, Pechina, fue la dominante Bayyana de que nos hablan los geógrafos e historiadores árabes, origen y madre de la ciudad de Almería. Las primeras noticias que dan a este lugar relevancia histórica, refieren la existencia de una ciudad importante, la Urci romana, ubicada en las inmediaciones de la actual Pechina.

Aunque hay discrepancias sobre la ubicación concreta de Urci (Torres Balbás la sitúa en el Chuche y Schulten en el cerro de Cruz o la Jarica), es evidente que fue importante cruce de comunicaciones: por tierra, una de las estaciones del Itinerario Antonino; por mar era el Portus Magnus.

Fue primera sede episcopal de San Indalecio, uno de los siete varones apostólicos, que en ella recibió sepultura, y como tal sede persistió hasta finales del siglo IX, cuando llegaron los primeros grupos islámicos.Según al-Rusati, Abderramán II encargó a un grupo de yemeníes, las tribus de Gassan y las de Ru'ayn, la defensa de la costa almeriense. Este distrito (iqlim) será conocido como Urs al-Yaman, y su capital (madina) como Bayyana, nombre que Torres Balbás afirma que procede de una heredad, fundus Baianus, que allí existió.

 

"Baños de Pechina"

 

Wadi Bayyana se llamó al río que la circunda, en época islámica. Unidos los yemeníes con ciertos marinos y comerciantes andalusíes, procedentes del puerto norteafricano de Tenes (884-885), se constituyó la llamada República Marítima de Pechina, época ésta la más esplendorosa de su historia.

 

"Iglesia"

 

Bayyana será la tercera cora del emirato de Córdoba, del que mantendrá una semiindependencia, con dirigentes propios, los Banu Aswad, uno de los cuales, 'Umar b. Aswad al-Gassani, la rodeó de murallas y construyó a su cargo una espléndida mezquita, a semejanza de Córdoba. Por su puerto, al-mariyya Bayyana, primitiva atalaya costera sobre su bahía la actual ciudad de Almería se comerciaba con Oriente y puertos de Yfriquiya y Bizancio, en un provechoso intercambio en el que sobresalía la artesanía textil de lino y seda fabricada en Pechina.

                                                                

                                                                 

                                                                

                En 1748 se inician las obras en el paraje El Marraque, término de Pechina hoy Rioja, sufragadas por los hacendados de aquella y de Viator, a razón de 9 reales por tahulla de tierra. El suministro inicial que se obtiene es de 434,19 horas de agua, que fertilizarán1.620 tahullas de tierra.

En esta época, son 59 los propietarios y persiste el antiguo esquema: 4 con más de 100 tahullas, 6 entre 50 y 100, 21 entre 10 y 50, y 25 con menos de 10 tahullas de tierra. Al mismo tiempo, Pechina se va transformando en entidad urbana, en una evolución que, desde un mosaico de casas-huertos diseminadas, pasa a agruparse en tres barrios: el dela Iglesia con 32 inmuebles, el Alto con 59 y el de la Alcantarilla con 5. En 1850, sus 1.752 habitantes cuentan ya con una escuela de primera enseñanza, casa municipal, 5 tiendas y 1 taberna. En Alhamilla, don Claudio Sanz y Torres, obispo de Almería, levanta el actual edificio de los baños en 1776, dándole nueva vida después del profundo sueño en el que se hallaba.

 

"Vista General"

 

De 1850 a 1900 se produce una auténtica revolución agraria, general en el valle, que transforma no sólo el paisaje, sino también la forma de vida de sus gentes. Los tradicionales cultivos de la zona se sustituyen por la efímera uva de embarque. Las ganancias son rápidas. La población se duplica, alcanzando los 3.986 habitantes, y, al calor de las nuevas rentas, se levantan nobles edificios para solaz de sus vecinos. Por entonces, el obispo don Gaspar Molina y Rochas adosó al templo parroquial, como palacete de verano, una casa de sobrias y cuidadas dimensiones; el escudo episcopal campeó sobre una de las rejas que cerraban y cierran sus vanos.                               

"Bajo Andarax"

 

Allí estrenó Juan del Moral Perceval, en "petit comité", su drama Marisol, el cual, en 1887, llevaría a la escena la célebre actriz Julia Cirera, en función ya profesional. La filoxera y la crisis de los mercados internacionales, producida ésta por la primera guerra mundial, hunden el cultivo de la parra, que es sustituida, hacia 1920, por el naranjo, que con el tiempo también fracasaría, debido al mantenimiento de estructuras agrícolas arcaicas y a la gran competencia levantina. Pechina musulmana, morisca y cristiana, confluencia de culturas, y fuente de numerosas leyendas, se aferra a sus raíces en sus más queridos edificios.

En 1909, el obispo don Vicente Casanova, cedió el edificio a una comunidad de religiosas Carmelitas de la Caridad, a quienes sustituiría una Orden franciscana, que se dedicó a la enseñanza de las niñas de Pechina. Hoy este edificio, casi arruinado, está en venta.

Un teatro de pequeñas dimensiones, pero del estilo y las características propios de la época, servía de palestra para los muchos aficionados a la escena que existían en Pechina.             

                                                                

                                                                 

                                                                

                Durante los últimos siglos, los pechineros dotaron su iglesia parroquial con un hermoso retablo dorado y hasta 14 imágenes, entre las cuales destacaban una Dolorosa de Salzillo, una Purísima de Morales y un Vía Crucis de altorrelieve de Navas Parejo.

Todo ello fue presa de las llamas durante la Guerra Civil, en una explosión de barbarie que concluyó en una danza macabra alrededor de la hoguera en que ardía el documentado archivo parroquial. La hermosa leyenda de San Indalecio narra que, cuando desembarcó en la rambla que lleva su nombre, su huella indeleble quedó grabada en una piedra, como testimonio de su grandeza. Junto a ésta, y donde es tradición que estuvieron sepultados sus restos, hoy se alza una ermita.

 

"Ayuntamiento"

 

Su construcción se inició en 1913, patrocinada por Doña Angustias Cabrerizo Gutiérrez, pero algún duende andaría por medio, pues se hundió en dos ocasiones. La tercera data de 1923. Tenía un hermoso retablo de San Indalecio, restaurado en los talleres granadinos de Navas Parejo. De estos años datan otras dos ermitas, la del Carmen y la dedicada a la Santa Cruz. Todas ardieron en la guerra, siendo reedificada sólo la del Carmen, por Don Francisco Felices. Otras muchas leyendas cuentan los ancianos del lugar.

Unas rememoran sueños de grandes tesoros ocultos en las entrañas de la tierra y otras nos hablan de espíritus, como la bella Aisa, a quien cada noche, mientras peinaba su hermoso cabello con peine de plata, las aguas de un pozo le devolvían su hermosura empañada con las lágrimas de un amor imposible por un cristiano, hasta atrapada en las aguas del pozo, pasea desde entonces su pena en las noches de luna llena.                      

"Palmeral"

 

Pechina, como lugar más antiguo, ostentaría unos derechos privilegiados, que luego conservaría. Por ella comenzaba el riego de la tanda el viernes a mediodía, principio de la semana musulmana, hasta completar sus 60 horas de agua; igualmente iniciaba la tanda alternativa en momentos de sequía; y además disfrutaba del corte de las aguas, aprovechándose ésta en el pago del Chilichí.

De época musulmana datan también sus tres acequias principales y el emplazamiento de sus molinos, entonces almazaras. Población y producción evolucionarán al unísono. Superado el bache demográfico de finales del siglo XVI, se percibe un lento crecimiento, acorde con el conjunto peninsular.

Según el Catastro de Ensenada, la población en 1752 era de 920 habitantes, y la producción de aceite de 3.600 arrobas. Salvo la producción sedera que no se rehará de la expulsión de los moriscos, apenas se manifiestan cambios en la actividad económica de Pechina hasta mediados del siglo XIX.

El aumento de población que hemos notado en el siglo XVIII, y, por tanto, la necesidad de nuevas tierras de cultivo, mueven a la iniciativa privada, imbuida del espíritu de la Ilustración, a construir una fuente propia de agua.